martes, 12 de mayo de 2009

DE ARTE, CIENCIA Y FILOSOFÍA. A MODO DE PRESENTACIÓN


Con esta primera reflexión, quisiera constituir una tribuna o espacio de análisis y exposición de temas tan enriquecedores como son siempre el arte y la ciencia. Quisiera hacerlo sin concesiones a lo “políticamente correcto”, es decir, y para que nadie me mal interprete, hacerlo contra las corrientes de lo que conviene decir y hacer por motivos que son espurios al conocimiento mismo y a los sentidos propios de la belleza. Hoy lo “políticamente correcto” se ha convertido en aquello que era la moralidad conveniente de una sociedad pacata e hipócrita, y en una nueva forma de censura.


Desearía que este proyecto al que me aboco, tuviese lo que, en apariencia, podría ser entendido como un carácter polifacético: un conjunto de reflexiones acerca del arte y la ciencia. Y esta posibilidad de compartir espacio entre ambas categorías, señala el fundamento filosófico que me guía. La filosofía es el fundamento de toda la sapiencia humana. De ella arranca toda la creación intelectual que intenta esclarecer al SER, al mundo, y la relación sujeto-mundo. Una creación intelectual, cuyo fundamento lógico asienta su sentido en la síntesis de lo que sólo el análisis puede abstraer por separado: por un lado, lo que Kant llamaba la “Razón Pura”, y de otro, la percepción sensible, preconceptual, fundamento último del sentido de la acción, anterior a toda ilusión intelectiva.
Esa síntesis, en permanente diálogo y efecto de retroversión sobre sus partes, tensión entre el deseo y la incertidumbre, separan la filosofía de la Fe, la creencia, el dogma, el destino, la ahistoricidad y construyen al SER y lo trascienden.


Ciencia y arte son dos aspectos diferentes de un mismo drama existencial. O lo que es lo mismo, la ciencia es el camino analítico hacia la comprensión y el arte es la expresión sintética de esa comprensión. Ambas se mueven por el mismo deseo del SER de significarse, sentirse y expresarse.
Esto que decimos del arte y la ciencia como aspectos de un mismo drama, es posible cuando se habla desde el espacio de los fundamentos de la creación humana, es decir, desde la filosofía. Y de ahí que haya dicho, líneas más arriba, que sólo en apariencia este proyecto posee un carácter polifacético, puesto que, si observamos debidamente, la faceta es una sola: el espacio filosófico en el que se comprende todo el saber, el sentir, reflexionados, autocríticos, tensados hacia la trascendentalidad y en busca de la misma, guiado por esa pulsión vital que va más allá de toda racionalidad, pero que se trasciende precisamente en ella.


No habré sido, ni mucho menos, el primero en decir que lo que se piensa es lo que previamente viene condicionado por lo sentido. Es cierto. Pero, no lo es menos, que lo sentido viene condicionado, a su vez, por una cosmovisión de mundo. La interacción, el diálogo, la retroversión y la simbiosis dada entre el sentir y el pensar es inevitable.

Esta relación entre el sentir y el pensar podría constituirse en una especie de relación incestuosa, por tanto, una especie de monólogo o juego coral, una coincidencia sin fisuras entre el pensar y el sentir, si en el juego no se incluyera la incertidumbre, la duda. Es esa duda, esa incertidumbre sobre el propio sentir y el propio pensar, lo que mueve a la revisión crítica y a la deconstrucción y reconstrucción emotiva e intelectiva. El arte es la expresión de ese drama y la ciencia es el análisis del mismo.


Hasta aquí, hemos expuesto una formulación conceptual acerca del arte y la ciencia. El uno, como expresión sintética del drama emocional que suscita la tensión Razón-sensorialidad (sentimientos y sentidos de la vida). La otra, como análisis del drama, bajo el amparo de una epistemología con la que se intenta alcanzar una noción de sí, del SER y del mundo, y del propio sentir, desde un estricto control y represión del deseo, para objetivar la realidad más allá de la propia implicación del sujeto observante.

Esto último, la intención objetivadora, es solo un andamio. Un procedimiento útil, siempre y cuando los resultados se integren al contexto y al sentir del sujeto ¿Por qué? Porque no integrar el “conocimiento objetivado” al contexto y al sentir del sujeto, es como tratar de definir y comprender al ser humano desde las realidades extraídas de un cadáver diseccionado.

Por otra parte, debemos ser epistemológicamente conscientes, que la objetividad solo significa “una intención de aminorar la incidencia de los factores de proyección propia sobre el objeto”. La neutralidad de una observación es imposible, entre otras cosas, porque ella misma parte motivada y movida por un interés que ya va implícito en la observación.

Dicho todo esto, entramos en el papel de la filosofía en el arte, en la ciencia y en todo el quehacer intelectual humano, como ese espacio de conceptos y formulaciones axiológicas sobre las que van a asentarse todos los quehaceres intelectuales, y como espacio al que retornan para ser vertebrados, constituyendo la cosmovisión de mundo, el paradigma que da unidad a todos los niveles y aspectos del conocimiento y la realidad.


Tal vez para una mayoría, el papel de la filosofía en la ciencia esté más claro que su papel en el arte. Y es que, si hay más consenso en lo que se refiere a lo que es la ciencia y su papel, el arte parece un concepto huidizo y libre para ser apropiado sociológicamente e históricamente…
¿Qué define a una obra de arte? ¿Qué la constituye? ¿Qué es arte? Formulaciones tradicionales como “Arte es la expresión del espíritu”, “Arte es la expresión de la belleza”, no parecen formulaciones sobre las cuales podamos arrancar. Antes habría que definir cuestiones tan básicas como qué se entiende por “belleza”, o por “alma, o por espíritu”.
Por otra parte, es evidente que toda creación humana es hija del espíritu, con lo cual no estamos diciendo nada para definir conceptos tan concretos como arte o ciencia. Por otra parte, estas formulaciones espiritualistas carecerían de rigor y capacidad de convicción, si elevamos el espíritu a categoría indemostrable, a menos que se tratase de una licencia poética. Y en cuanto al concepto de belleza, como categoría absoluta, capaz de definir el arte, cuenta con el gran problema de venir sujeta a relativismos tales como los consecuentes a la condicionalidad cultural e histórica.


Por otro lado, están esas otras concepciones que, con grandes dosis de corrección política (e intencionalidad de destruir concepciones estéticas hegemónicas), han llegado a formular cosas tales como que “arte puede ser todo”. Son el paradigma de la insustancialidad, porque es lo mismo que hacer desaparecer el arte como concepto que define algo, ya que, si es todo, resulta no ser nada, en la medida que cabe ser aquello que es y aquello que no es (esto último como parte del todo).
Cuando se dice que el arte es un concepto relativo y es arte todo aquello que una sociedad define como tal, en realidad estamos sometiendo dicho concepto a esa idea acerca de que el arte puede ser todo. Así, si un retrete, lleno de excrementos, resulta ser una obra de arte para un grupo, nadie podría discutirlo, ya que no existirían cánones de belleza, lenguaje estético, referentes estéticos, campos semánticos absolutos y externos al ser, que pudieran obligar a una sola categorización.

Pero esto no es así. No hay nada peor que la verdad a medias, pues resulta la peor de las mentiras. El hecho que el ser humano haya inventado y definido sus inventos (la ciencia, el arte, el lenguaje, etc.), no implica en absoluto que puedan ser caprichosamente y arbitrariamente redefinidos, reinventados, de modo que, y al límite de, constituirse en un caos de significaciones inaprensibles, o todo abarcantes y por tanto, inútiles para ser y servir al propósito para el cual fueron inventadas.

La utilidad del lenguaje, por poner un ejemplo, viene de haberse convenido un código, unas reglas, una gramática, una sintaxis, morfología y fonética para lograr que entendamos lo mismo todos aquellos que lo utilizamos y poder comunicar lo que deseamos hacer entender al otro. No tendría ningún sentido que la palabra “madre”, por ejemplo, hoy y para unos significase “progenitora”, y mañana, y por caprichos de otros, significara “pajarito”. Desde un criterio semántico la palabra es un sentido asociado a un sonido dado, dentro de una función gramatical.

Aún así, en todo esto que hemos referido, seguimos en la esfera o plano sociológico o antropológico de las definiciones conceptuales ¿Y el plano filosófico? Este plano resulta muchísimo menos reaccionario. Es, con mayúsculas, un plano de voluntad reflexiva, del cual emerge un mundo reflexionado y un propósito a partir de esa reflexión. Emerge pues una ética y una sensibilidad conducente a una estética. Una construcción axiológica a partir de la cual se percibe, piensa, siente y acciona la voluntad del ser, sobre sí y el mundo. En este contexto, el arte no es un capricho a merced o arbitrio de la voluntad, de la corrección política, de la tiranía de una moda, de las emergencias sociales, ni un concepto todo abarcante.


Esperamos que, en el andar de estas reflexiones, olvidados de conveniencias espurias, de oportunismos demagógicos, podamos contribuir a una ciencia, a un arte y a una construcción filosófica sin concesiones y con propósito ético de SER por un camino reflexionado, es decir, pensado, optado, y por tanto, verdaderamente libre.


Miguel Hernández Montero